domingo, 26 de julio de 2015

Los Planos Superpuestos

Aprender es una cosa y crecer es otra. 

Dos conceptos tan relacionados y tan diferentes como:

Cumplir años y madurar.
Haber leído mucho y saber.
Entender y vivir. 

Porque crecer, es cambiar de plano. 

Si llamamos plano a nuestro nivel de existencia, cada uno empezó a explorarlo tomando conciencia de que, de muchas maneras, comparándonos o no con los otros, al principio fuimos tan sólo un puntito minúsculo, abajo y a la izquierda del plano de nuestro presente (o por lo menos así nos sentíamos). Una especie de "nada" junto a la realidad que conformaban los demás y nuestro entorno.

Desafiados por esa perspectiva, los más inquietos, primero, y todos los demás, después, asumimos que había mucho por recorrer si una quería, de verdad, emprender un camino de crecimiento. 

Tomada esta decisión, con más o menos énfasis, y con más o menos éxito, empezamos a avanzar hacia arriba recorriendo el plano, conociéndolo y aprendiendo a manejar cada contingencia.

Primero de un tirón y sin escalas, por lo menos hasta la primera caída (esa que nos devolvió al comienzo). Fue un duro golpe para nuestro ego enterarnos de que, para seguir, debíamos volver a empezar... pero lo hicimos. 

Y aprendimos de paso que el camino hacia arriba hay que hacerlo escalonadamente, dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás; tres pasos hacia adelante y uno o dos hacia atrás. 

Todos empezamos allí, sintiéndonos alguna vez un granito de arena insignificante en un cosmos inalcanzable... Y luego, con paciencia, trabajo, esmero y renuncia, fuimos, vamos e iremos recorriendo todo el camino de nuestro plano, en el sentido del crecimiento, en un rumbo ascendente. 

Un día, más tarde o más temprano, sucede.
Un día, llegamos arriba, en el lugar más alto.

Y nos damos plena cuenta de que hemos logrado algo importante. Y nos damos cuenta de que es bueno, muy bueno, estar allí. 

Los demás, que recorren sus propias rutas en el mismo plano, quizá un poco más abajo, nos miran. Ellos también registran nuestro logro: hemos llegado arriba. Algunos sonríen, otros aplauden. Nos vuleven a mirar. Nos buscan, nos halagan, nos admiran. Muchos preguntan, sin maldad: ¿Cómo llegaste? ¡Qué bien! ¿Cómo lo hiciste?

Querríamos contestar, pero nos damos cuenta de que la pregunta es retórica y la respuesta, en realidad, inútil, por lo menos para ellos... Y sin embargo su actitud, la de todos nos obliga a mirar hacia atrás y nos empuja a revisar todo lo padecido, sufrido y perdido en el trayecto, y tomamos conciencia de que lo pasado valía la pena si era el precio por estar allí; no tanto por el halago de esos otros, como por saber lo lejos y mejor que estamos de aquella nada que fuimos. 

Y el tiempo pasa...

Y después de recorrer una y más veces cada punto del plano, uno se da cuenta de que no puede quedarse allí, quieto para siempre. Va y viene, cada vez con más facilidad; controla y manjera todo el plano, domina y salva cada dificultad, cada vez con más arte, cada vez con más rapidez...

Los demás festejan casi enardecidos cuando, queriendo o sin querer, nuestra cabeza choca contra el techo...

Y entonces llega el gran momento, junto con un creciente dolor de cuello de tanto tener la cabeza aplastada contra la parte más alta del plano: la hazaña y los aplausos comienzan a aburrirnos y vamos perdiendo el interés por estar en ese envidiado lugar. 

Es el momeno en el que uno hace el gran descrubrimiento: 

En el techo hay un acceso oculto. Una especie de puerta-trampa que sale del plano y se abra hacia arriba. Una abertura que no se veía desde lejos, que sólo se ve cuando uno está allá arriba, en el límite máximo, allí, con la cabeza aplastada contra el techo. 

Entonces uno abre la puerta... un poquito... y mira...

La puerta da paso a otro plano del que nunca habíamos tenido noticia. 

Nunca se nos había ocurrido pensar que este plano, en el que nos habíamos movido desde siempre, no era el único. 

Y uno asoma la cabeza. Y se da cuenta de que el plano al cual llegamos es tan grande como éste, o más. Sabemos, por lo que hemos aprendido que podríamos pasar y seguir subiendo, seguir explorando, seguir creciendo, pero intuimos, acertadamente, que si lo hacemos no podremos regresar y, lo que es peor, sabemos, sin saber cómo lo aprendimos, que no podremos llevar a nadie con nosotros. Está claro: cada uno podrá pasar sólo cuando sea su tiempo, que no es éste, porque éste es el nuestro, solamente el nuestro. 

Duele pensar en dejar a todos y seguir solo. 

-Los espero..., así seguiremos juntos... - promete uno sin que ellos comprendan lo que pretendemos decir. 

Pero el tiempo se estira, el cuello duele y el tedio se vuelve insoportable. 

Y todo pierde sentido e importancia. 

Hasta que un día, de modo imprevisto, casi en un arranque, traspasamos la puerta y, como suponíamos, ésta se cierra y  nos deja en la soledad del nuevo plano. 

Una vez del otro lado, como ya nos ha pasado en otros momentos y en otras situaciones, nos damos cuenta de que podríamos decidir quedarnos donde estamos, en el principio de todo, o también seguir adelante, pero lo que ciertamente no podemos es volver atrás. 

Muchos de los que se quedaron en el plano anterior creen que somos un modelo para seguir, nos cuentan sus problemas y escuchan nuestras respuesta atentamente. Y no es un mérito, es un suceso. 

Otros se enojan y nos critican sin demasiado motivo. Y eso no es lo más doloroso.

Lo que más duele es que ninguno de los hasta ayer compañeros de ruta puede comprender a fondo lo que estamos sintiendo...

Recién llegados al nuevo plano, uno siente un extraño déjà vu.

Otra vez está allí, abajo, en el rincón...

Otra vez solo...

Otra vez temeroso y a ratos desespedado...

Nos sentimos otra vez una minúscula basurita insiginificante, aunque ahora seamos "una nada mucho más consciente", con el recuerdo de haber sido para otroa un guía, un maestro, un ídolo. 

Ellos aplauden cada vez más, pero desde el nuevo plano casi no se los escucha; quizá uno ya no necesite tanto reconocimiento ni tanta valoración. 

Ellos no lo saben, pero lo cierto es que nosotros ya no somos los mismos.

Jorge Bucay




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