viernes, 29 de enero de 2016

El ritme de les emocions, el ritme del cor.

Hi havia una vegada un poblat on la posta del sol era cada dia contemplada pels seus habitants, i la sortida era esperada per tots els parells d’ulls allà presents.

Hi havia una vegada en que un grup de persones sortien de la seva llar entonant el cant dels ocells, seguint el ritme de les seves passes i contemplant el vaivé del seu cor. Bum-bum, bum-bum. Ara una passa, ara una altra. Respirant, aturant-se, sentint, continuant.

Així ho van aprendre des de que eren petits. I els petits, ho aprenien d’aquells que havien estat també petits com ells i que ho havien après d’altres que també havien estat petits i ho havien après també. Sense oblidar-ho. Seguint el ritme de la naturalesa, seguint el ritme del cor.

Quan se sentien tristos, ensopits, o acorralats per alguna situació viscuda, es permetien contemplar i viure el que el seu cos els parlava. De vegades, es quedaven al costat de la llar de foc veient com el foc de la pròpia vida anava consumint experiències que necessitaven ser viscudes dins seu. D’altres, s’endinsaven al bosc i llavors contemplaven la grandiositat dels arbres, la vulnerabilitat de les seves fulles. Veien córrer els animalons que amb una llibertat admirable seguien de manera instintiva el seu destí. Això, els ajudava a assumir la petitesa de la seva existència i comprenien la grandiositat del tot al que pertanyien.

Ningú els havia dit mai que allò no estava bé. Que el que se’ls despertava de molt endins podia ser erroni.  Ans al contrari, de ben petits els havien ensenyat que aquell era el seu mapa de ruta. Que si en algun moment tenien algun sentiment contrariat, l’escoltessin, el miressin, el mimessin. L’embolcallessin com si d’un nadó es tractés perquè necessitava prou atenció i contemplació per revelar el missatge que tenia per la persona.

Entenien que eren fills de la natura. Que eren petits en la immensitat i que per a res podien ser creguts ni pretensiosos. No eren més que ningú, tampoc més que les pedres ni que les roques del camí. Eren un. I llavors, simplement, seguien el compàs, el vaivé amb el vent i es mullaven amb la pluja, perquè era el que la vida els regalava.

Sentien com eren la creació de quelcom més gran. Que la divinitat els havia dut aquí perquè la consciència pogués despertar a si mateixa a través d’ells. Eren uns mers servidors, a la vegada que poderosos i apoderats. Justament per això, per l’alineament, per l’acceptació del seu designi. Entregats, confiats, fluïts.

Permetien el silenci ser el rei del seus temps. Sabien que les paraules havien estat apreses. Que fins i tot els gests eren fruit de l’imitació, moltes vegades. I llavors decidien que era bo contemplar sense dir, sense decidir, sense pretendre ser. Desxifrant els mots d’aquest silenci, del buit impenetrable que ho contenia tot. Aquell invisible que feia volar les papallones al seu voltant, que feia córrer el riu a favor de la corrent i que cada hivern despullava els arbres per florir-los després.

S’alliberaven del judici comprenent que aquest era fruit de la seva ment. I aquesta, tot i que poc condicionada, sempre volia córrer i buscar un més enllà. Si estava aquí, volia estar allà. Llavors, tornaven al costat del foc i li tiraven totes aquestes presses, demanant-li que cremés qualsevol impuresa que els allunyés del seu ritme, de si mateixos, de la pròpia vida.

Dansaven quan es feia fosc agraint el ritme natural que s’havia anat produint a través seu, i connectant amb el gran esperit que els mantenia vius. Amb moviment, respirant, sentint.

Acaronaven qualsevol experiència viscuda com quelcom lloable, respectable, digne de ser viscut.

Contemplaven a la naturalesa i aprenien. La gran mestra, manifestadora de tot. Contenedora de tots els secrets, disponible per qui els vulgués veure.




El camí fet i desfet, per tornar a ser descobert algun dia, poc a poc. Lentament. 



lunes, 25 de enero de 2016

Cuando quiero algo me lo pido a mí misma.


La Abuela Margarita, curandera y guardiana de la tradición maya, se crió con su bisabuela, que era curandera y milagrera. Practica y conoce los círculos de danza del sol, de la tierra, de la luna, y la búsqueda de visión. Pertenece al consejo de ancianos indígenas y se dedica a sembrar salud y conocimiento a cambio de la alegría que le produce hacerlo, porque para sustentarse sigue cultivando la tierra. Cuando viaja en avión y las azafatas le dan un nuevo vaso de plástico, ella se aferra al primero: ‘No joven, que esto va a parar a la Madre Tierra’. Rezuma sabiduría y poder, es algo que se percibe con nitidez. Sus rituales, como gritarle a la tierra el nombre del recién nacido para que reconozca y proteja su fruto, son explosiones de energía que hace bien al que lo presencia; y cuando te mira a los ojos y te dice que somos sagrados, algo profundo se agita.
Ella nos dice: ‘Tengo 71 años. Nací en el campo, en el estado de Jalisco (México), y vivo en la montaña. Soy viuda, tengo dos hijas y dos nietos de mis hijas, pero tengo miles con los que he podido aprender el amor sin apego. Nuestro origen es la Madre Tierra y el Padre Sol. He venido a la Fira de la Terra para recordarles lo que hay dentro de cada uno.’
-¿Dónde vamos tras esta vida?
-¡Uy hija mía, al disfrute! La muerte no existe. La muerte simplemente es dejar el cuerpo físico, si quieres.
-¿Cómo que si quieres…?
-Te lo puedes llevar. Mi bisabuela era chichimeca, me crié con ella hasta los 14 años, era una mujer prodigiosa, una curandera, mágica, milagrosa. Aprendí mucho de ella.
-Ya se la ve a usted sabia, abuela.
-El poder del cosmos, de la tierra y del gran espíritu está ahí para todos, basta tomarlo. Los curanderos valoramos y queremos mucho los cuatro elementos (fuego, agua, aire y tierra), los llamamos abuelos. La cuestión es que estaba una vez en España cuidando de un fuego, y nos pusimos a charlar.
-¿Con quién?
-Con el fuego. ‘Yo estoy en ti’, me dijo. ‘Ya lo sé’, respondí. ‘Cuando decidas morir retornarás al espíritu, ¿por qué no te llevas el cuerpo?’, dijo. ‘¿Cómo lo hago?’, pregunté.
-Interesante conversación.
-’Todo tu cuerpo está lleno de fuego y también de espíritu -me dijo-, ocupamos el cien por cien dentro de ti. El aire son tus maneras de pensar y ascienden si eres ligero. De agua tenemos más del 80%, que son los sentimientos y se evaporan. Y tierra somos menos del 20%, ¿qué te cuesta cargar con eso?’.
-¿Y para qué quieres el cuerpo?
-Pues para disfrutar, porque mantienes los cinco sentidos y ya no sufres apegos. Ahora mismo están aquí con nosotras los espíritus de mi marido y de mi hija.
-Hola.
-El muertito más reciente de mi familia es mi suegro, que se fue con más de 90 años. Tres meses antes de morir decidió el día. ‘Si se me olvida -nos dijo-, me lo recuerdan’. Llegó el día y se lo recordamos. Se bañó, se puso ropa nueva y nos dijo: ‘Ahora me voy a descansar’. Se tumbó en la cama y murió. Eso mismo le puedo contar de mi bisabuela, de mis padres, de mis tías…
-Y usted, abuela, ¿cómo quiere morir?
-Como mi maestro Martínez Paredes, un maya poderoso. Se fue a la montaña: ‘Al anochecer vengan a por mi cuerpo’. Se le oyó cantar todo el día y cuando fueron a buscarle, la tierra estaba llena de pisaditas. Así quiero yo morirme, danzando y cantando. ¿Sabe lo que hizo mi papá?
-¿Qué hizo?
-Una semana antes de morir se fue a recoger sus pasos. Recorrió los lugares que amaba y a la gente que amaba y se dio el lujo de despedirse. La muerte no es muerte, es el miedo que tenemos al cambio. Mi hija me está diciendo: ‘Habla de mí’, así que le voy a hablar de ella.
-Su hija, ¿también decidió morir?
-Sí. Hay mucha juventud que no puede realizarse, y nadie quiere vivir sin sentido.
-¿Qué merece la pena?
-Cuando miras a los ojos y dejas entrar al otro en ti y tú entras en el otro y te haces uno. Esa relación de amor es para siempre, ahí no hay hastío. Debemos entender que somos seres sagrados, que la Tierra es nuestra Madre y el Sol nuestro Padre. Hasta hace bien poquito los huicholes no aceptaban escrituras de propiedad de la tierra. ‘¿Cómo voy a ser propietario de la Madre Tierra?’, decían.
-Aquí la tierra se explota, no se venera.
-¡La felicidad es tan sencilla!, consiste en respetar lo que somos, y somos tierra, cosmos y gran espíritu. Y cuando hablamos de la madre tierra, también hablamos de la mujer que debe ocupar su lugar de educadora.
-¿Cuál es la misión de la mujer?
-Enseñar al hombre a amar. Cuando aprendan, tendrán otra manera de comportarse con la mujer y con la madre tierra. Debemos ver nuestro cuerpo como sagrado y saber que el sexo es un acto sagrado, esa es la manera de que sea dulce y nos llene de sentido. La vida llega a través de ese acto de amor. Si banalizas eso, ¿qué te queda? Devolverle el poder sagrado a la sexualidad cambia nuestra actitud ante la vida. Cuando la mente se une al corazón todo es posible. Yo quiero decirle algo a todo el mundo…
-¿…?
-Que pueden usar el poder del Gran Espíritu en el momento que quieran. Cuando entiendes quién eres, tus pensamientos se hacen realidad. Yo, cuando necesito algo, me lo pido a mí misma. Y funciona.
-Hay muchos creyentes que ruegan a Dios, y Dios no les concede.
-Porque una cosa es ser limosnero y otra, ordenarte a ti mismo, saber qué es lo que necesitas. Muchos creyentes se han vuelto dependientes, y el espíritu es totalmente libre; eso hay que asumirlo. Nos han enseñado a adorar imágenes en lugar de adorarnos a nosotros mismos y entre nosotros.
-Mientras no te empaches de ti mismo.
-Debemos utilizar nuestra sombra, ser más ligeros, afinar las capacidades, entender. Entonces es fácil curar, tener telepatía y comunicarse con los otros, las plantas, los animales. Si decides vivir todas tus capacidades para hacer el bien, la vida es deleite.
-¿Desde cuándo lo sabe?
-Momentos antes de morir mi hija me dijo: ‘Mamá, carga tu sagrada pipa, tienes que compartir tu sabiduría y vas a viajar mucho. No temas, yo te acompañaré’. Yo vi con mucho asombro como ella se incorporaba al cosmos. Experimenté que la muerte no existe. El horizonte se amplió y las percepciones perdieron los límites, por eso ahora puedo verla y escucharla, ¿lo cree posible?
-Sí.
-Mis antepasados nos dejaron a los abuelos la custodia del conocimiento: ‘Llegará el día en que se volverá a compartir en círculos abiertos’. Creo que ese tiempo ha llegado.

lunes, 18 de enero de 2016




Ahir el meu Mestre em va dir aquestes paraules:

"I, mentrestant, hem de seguir les petjades... les pròpies, les úniques que et porten en algun lloc". 

Gràcies pare.


martes, 12 de enero de 2016

La teràpia del buit.

La teràpia ha de sortir del camp, del moment present. De la trobada que es produeix entre els sers que comparteixen.

La teràpia no pot ser ni predeterminada, ni predita. És un vot de confiança, de salt al buit. D’estar amb el que hi hagi en el moment. En confiar amb la intuïció de la persona i del propi terapeuta. En l’observació atenta, en l’amor a l’altre. El voler-lo veure, despullar, intimidar-lo fins arribar a les seves entranyes. Connectant amb les pròpies. Perquè un terapeuta ha d’haver entrat molt dins seu per poder entrar realment dins l’altre. Per poder explorar, un s’ha d’haver explorat. Descobert els seus misteris, enigmes, secrets. I estar sempre disposat a seguir, a continuar. Mantenir la humil actitud que el camí just acaba de començar i queda molt per aprendre.

Mai creure que sabem més que l’altre. Sinó és ell qui sap sobre si mateix, fins la mesura que pot. Com puc jo tenir domini o poder sobre la vida d’una persona? Això és una forma de maltractament, de dictadura. No. Si jo realment confio en la saviesa interna de la vida, sé i confio també en que qui tinc al davant té totes les respostes al seu interior. Que li costa veure-les, està bé. Que està feta un embolic, també. I com a molt puc pretendre ajudar a que ella mateixa es desemboliqui, es descobreixi, es respongui.

Una teràpia ha de ser humana, sensible, amorosa. I des de l’amorositat podem dir les coses que potser a l’altre no li agraden però que creiem li poden fer un bé. Sempre des del respecte, des d’un pas endarrere. Mai endavant. Aquí cadascú està escrivint la seva llegenda personal, la seva aventura. No podem violar-la. Encara que veiem, encara que sapiguem en un moment donat que seria millor per aquí i no per allà. Però un bon terapeuta espera, confia, roman atent i es meravella amb cada petit avenç de l’altre, com si d’un nadó es tractés descobrint les parts del seu cos i de la seva pròpia existència.

Què no ho hem fet nosaltres això, abans? No podem empènyer a algú a un penya-segat si no està disposat a obrir les seves ales. Potser les ha de descobrir, encara, i és perfecte.

La teràpia és un buit tan gran, que de vegades em fa vertigen. Em seria més fàcil comptar amb un munt de tècniques que em diguessin que he de fer en cada moment, què he de respondre en cada pregunta. Però llavors deixo de veure a qui tinc davant. La trobada deixa de ser màgica. Com puc encapsular la vida en quatre tècniques? Com se suposa que he d’explicar el misteri d’estar aquí amb quelcom estudiat? El que surt és del moment, és revelat si escolto. Si m’obro, si no pretenc controlar. Si miro l’altre i el veig, i el respecto i el sento. I per un moment jo me’n vaig de mi i viatjo al seu cor i a la seva ànima i sé què sent, què viu, amb què compta i amb què no, i des d’allà llavors torno a sortir i li dono la mà per acompanyar-lo subtilment a anar desxifrant els punts claus de la seva existència. Però així, poc a poc, molt fluixet, sense que gairebé es noti.

Jo no puc marcar el ritme, és la vida que ho fa. No puc ser tan prepotent com per pensar que mano. No... la vida està passant a través nostre. A través meu i de l’altra persona. I estar despert a aquest esdeveniment és el més gran que hi ha. Llavors la trobada es produeix, i és màgic.

És una professió fascinant, per a mi. I a la vegada... tan complexa, tan profunda, que requereix tant del meu propi procés, del meu propi auto coneixement... que de vegades m’assusta. I, a la vegada, m’apassiona, dono gràcies, i el meu desig és seguir connectant i confiant, cada vegada més... per a que aquest buit es faci més present i més gran a la meva vida i el control hi tingui menys cabuda. I des d’aquí respirar, viure, sentir, avançar, anhelar, romandre, estar, sospirar, estimar. 






sábado, 2 de enero de 2016

El barrendero del monasterio.

Un hombre, muy sencillo y analfabeto, llamó a las puertas de un monasterio. Tenía deseos verdaderos de purificarse y hallar un sentido a la existencia. Pidió que le aceptasen como novicio, pero los monjes pensaron que el hombre era tan simple e iletrado que no podría ni entender las más básicas escrituras ni efectuar los más elementales estudios. Como le vieron muy interesado por permanecer en el monasterio, le proporcionaron una escoba y le dijeron que se ocupara diariamente de barrer el jardín. Así, durante años, el hombre barrió muy minuciosamente el jardín sin faltar ni un solo día a su deber. Paulatinamente, todos los monjes empezaron a ver cambios en la actitud del hombre. ¡Se le veía tan tranquilo, gozoso, equilibrado! Emanaba de todo él una atmósfera de paz sublime. Y tanto llamaba la atención su inspiradora presencia, que los monjes, al hablar con él, se dieron cuenta de que había obtenido un considerable grado de evolución espiritual y una excepcional pureza de corazón. Extrañados, le preguntaron si había seguido alguna práctica o método especiales, pero el hombre, muy sencillamente, repuso:

 –No, no he hecho nada, creedme.

Me he dedicado diariamente, con amor, a limpiar el jardín, y, cada vez que barría la basura, pensaba que estaba también barriendo mi corazón y limpiándome de todo veneno.